Los tiburones zorros de Malapascua, que me hicieron llorar

Esos grandes ojos tímidos y esa cola larguísima, que alcanza a medir 2 metros de largo, y que le dio su nombre, el tiburón zorro o látigo, me cautivo desde el primer día que descubrí su existencia. Lamentablemente, en el Perú sólo lo encontraba en los muelles, sin vida, al ser uno de los tiburones más capturados. Así que decidí ir a buscarlo al mar.

Un monte submarino a unos 8 km de la isla de Malapascua, en Filipinas, es uno de los pocos lugares en el mundo donde es posible bucear con ellos. Así que me fui hacia la aventura de conocerlo. Después de una larga odisea hasta Malapascua, descubrí una isla que cuidaba al tiburón zorro, atrayendo a cientos de turistas al año, y también a científicos que lo estudiaban para protegerlo.

Esa madrugada me levante muy emocionada, pues había llegado el día de conocer a tan autentico y hermoso ser. Aún era de noche cuando llegue a la tienda de buceo, pues teníamos que llegar al monte submarino en el amanecer, ya que esta población de tiburones zorro tiene unas rutinas de higiene muy marcadas, como algunos de nosotros. Cada mañana los tiburones emergen de las profundidades hacia la cima del monte para ser limpiados por unos pececitos labridos, conocido como estaciones de limpieza.

Así que saltamos al mar en el amanecer y nos sumergimos en aguas clarísimas a 20 metros de profundidad, en la cima del monte submarino a esperar al tiburón zorro. Todos en rodillas, quietos, con las cámaras listas esperando a la estrella del espectáculo. El océano se había convertido en nuestro templo, nosotros los buzos éramos unos peregrinos en busca del respetado y admirado tiburón zorro. Empecé a llorar debajo del mar, agradeciendo porque existen lugares especiales en el mundo en donde los tiburones zorros los enaltecemos, en donde para las economías locales  un tiburón vale más vivo que muerto, y se pueden ofrecer experiencias místicas, para mi espiritual en donde sólo el aquí existe y las emociones me desbordan. Pare de llorar pues mi mascara se empañaba, y no podía perder tremenda oportunidad de verlo. Y aquí llego el señor zorro, uno, dos, tres… fueron hermosos esos minutos debajo del mar compartiendo la misma agua. Amo a los tiburones porque tienen la capacidad inmediata con su presencia absoluta, poderosa, elegante, y ancestral de hacerme sentir inmensamente viva.

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